jueves, 22 de octubre de 2009

Un par de zurras, y ya está

  Alguien puede asegurar cuál es el acontecimiento más antiguo de su vida que recuerda? Yo, desde luego, no. Por más que miro hacia atrás estirando al máximo el cuello de mi memoria, me es imposible ajustar con certeza absoluta tiempo y acontecimiento. Sin embargo, puedo afirmar que uno de los más viejos es el que tuvo lugar en el lavadero público del pueblo. Supongo que habría ido allá con mi madre, aunque no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que ella no estaba en el momento del suceso.

  El lavadero se hallaba ubicado entre "el pilar", el abrevadero) y la ermita de San Roque. Era un edificio rectangular con el tejado a dos aguas, totalmente cerrado, excepto la fachada, cuya pared lo estaba hasta la mitad y, justo en el medio, el vano de la puerta. En su interior, dos grandes pilas intercomunicadas una para lavar y la otra para aclarar) con su borde inclinado para favorecer la tarea y la colocación de la tabla de lavar. Como es lógico, el permanente chorro del caño del agua caía en la pila de aclarar; luego ésta iba pasando a la otra, donde se hallaba el desagüe. Cada cierto tiempo, el alguacil se encargaba de mantenerlo limpio y en perfecto estado.  Delante del lavadero había una pequeña explanada de hierba en la que las mujeres solían extender sobre todo las sábanas, que siempre las recuerdo de una blancura inmaculada.

  Allí, pues, fue donde, mientras la madre de X, una niña de mi edad (tendríamos tres o cuatro años más o menos) andábamos jugando a diferentes cosas, hasta que se nos ocurrió hacerlo a los médicos. Como no había a tiro ningún niño o niña más pequeños para interpretar el papel de enfermo y nosotros de médico y enfermera, decidimos que ella era la enferma y yo el médico.

  Si no era verano, poco le faltaba, pues me acuerdo perfectamente de que el día era caluroso y muy soleado. Por eso, en una de las orillas del camino de San Roque y a la sombra de unas vergazas, X estaba tumbada quejándose mucho, ya que se encontraba muy enfermita. Yo, entonces, le levantaba su faldita y le bajaba las braguitas para mejor ir presionando con la mano aquí y allá, mientras le preguntaba: "¿Te duele aquí? ¿Y aquí? ¿Y aquí¿"

  Tan entusiasmados estábamos, cada cual en su papel, que no advertimos que M había salido a tender ropa y nos vio en tales menesteres. Se vino hacia nosotros rápidamente, nos agarró a cada uno con una mano, nos puso en pie, nos atizó un par de buenas zurras (no sé qué nos dijo) y volvió a sus quehaceres. Yo, rojo de vergüenza, arreé para mi casa, con la imagen del culo de X también rojo a causa de las dos zurras.

  ¿Qué opinan los actuales psicólogos de la actitud de esta madre?

 

 

 
 

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