sábado, 17 de octubre de 2009

La vacuna

  ¿Contra qué era la vacuna, madre? ¿Contra la tuberculosis?, ¿la tos ferina?, ¿la viruela?, ¿el tifus?... No te acuerdas, ¿verdad, madre?, y yo, tampoco. Sin embargo, sí recuerdas, lo mismo que yo, aquel hecho que comentamos varias veces, y sobre todo cuando, ya en tus años de itinerante, pasabas dos meses aquí con nosotros. ¿Qué tendría yo, seis años? Por ahí, porque ya iba a la escuela el día que me escapé.

  Regresaba yo a casa, sabe Dios de dónde, cuando al desembocar en la placita en la cual se halla, divisé, sobre su caballete la moto de don Leopoldo, el médico, que lo era también de otros pueblos. Me detuve como si repentinamente hubiera chocado contra una pared, y exclamé: "¡La vacuna! ¡Don Leopoldo :a venido a ponernos la vacuna! Y salí de najas.

  Efectivamente, días atrás habían comunicado que los chicos y las chicas de las escuelas seríamos vacunados en el Ayuntamiento a partir de las once de la mañana. Como yo tenía mucho miedo, antes de la hora me había ido solo por ahí con la intención de olvidarme del asunto; pero, a la hora de la verdad, al ver la moto, seguí un impulso irreprimible, y ¡a correr se ha dicho!

  Enfilé por el Camino de San Andrés; hice una breve parada en la huerta del tío Félix, que estaba trabajando allí con sus dos hijas. Me preguntaron que qué hacía por allá solo, les respondí que nada, y seguí mi huida particular. Pensaba que si me escondía y no me encontraban, se marcharía don Leopoldo, y yo me libraría de que me pusiera la maldita vacuna ésa.

  Al llegar al desvío del Camino de la carretera, preferí seguir recto hacia la ermita de San Andrés. Poco antes, descubrí un espléndido espino que, junto a la pared de un prado, era un extraordinario escondite. Me acurruqué, y a dejar pasar el tiempo con el corazón en vilo, esperando ver aparecer la moto del médico saliendo del pueblo.

  Lo que vi pasar, al cabo de bastante rato fue a un hombre del pueblo rodeado de varios compañeros de la escuela, llamándome. Cómo es lógico, en vez de contestar, me encogí aún más y apreté el morro. Tuve la suerte de que ellos, en lugar de tomar el camino en el que yo me encontraba, tomaron el de la carretera. Supe, después, que habían preguntado al tío Félix y que éste les había indicado hacia allá.

  Pasó otro buen rato en el que oía lejanas las voces llamándome. No sabía qué hacer. Al final, siguiendo otro de esos impulsos míos, abandoné el escondrijo y salí al camino de la carretera en el momento en el que ellos regresaban. Al verme, todos los chicos comenzaron a gritar al tiempo que corrían hacia mí. Llegaron, me rodearon y, como si de un preso se tratara, me custodiaron hasta mi casa, donde estaba el médico con mi madre, pues sólo faltaba yo por vacunar.

  Recuerdo que, mientras que nos dirigíamos hacia mi casa, tuvo lugar un desafortunado incidente que ponía de manifiesto, una vez más, la ardua labor que tendría por delante para refrenar mis negativos impulsos. Fue cuando X, un compañero de la escuela y de mi edad, me dijo: "Ya verás, es como si te fueran a matar". Instantáneamente, mi manojo de nervios se concentró en mi mano que salió disparada hacia la cara del pobre chaval, el cual recibió sorpresivamente la Comunión de quien no sería en su vida ni cura, ni siquiera un pobre monaguillo. Curiosamente, no pasó nada, y seguimos hacia mi casa.

  No me acuerdo qué me dijeron ni don Leopoldo ni mi madre (sólo recuerdo que no se cabrearon conmigo) y que, cuando, tras insistir repetidas veces, tanto el uno como la otra, en que no me dolería nada, dejé mi brazo desnudo a dis'posición del médico, éste me pidió que no mirara y comenzó a preguntarme cosas. De repente, me dijo: "Ya está". Entonces exclamé yo absolutamente liberado: "¡Anda, y por esta tontería me he escapado  yo!"

 

 

 

 

No hay comentarios: