miércoles, 4 de septiembre de 2019

Tente tú, que yo me caigo

  Tente tú, que yo me caigo

 

  Cuando por unas u otras razones dejas que las ascuas vayan consumiéndose por inanición (porque ni ganas de removerlas ni de soplar tienes) las cenizas todo lo cubren y los rescolditos corren el riesgo de extinguirse para siempre. Sin embargo, mientras uno respira, ese aire que exhalas puede hacer el milagro. Y ese milagro se ha producido.

  Calmadas, al menos de momento, las tormentas interiores, el pensamiento bulle, los recuerdos emergen y, desplegando su larga y multicolor cola, me hacen volar hasta la cocina de casa donde, al entrar después de venir de la escuela, hallo a mis dos hermanos pequeños, Cipri y Ángel, con las espaldas pegadas, los brazos entrelazados, y mientras el primero carga a su espalda al segundo, le pregunta:

  -¡Dónde estás?

  - En tabletas – Responde el otro.

  -¿Qué has comido?

  -Pan y setas.

  -¿Qué has bebido?

  -Agua de mayo.

  -Tente tú,

que yo me caigo.

  Entonces, Ángel carga a su espalda a Cipri repitiéndose el mismo diálogo, pero iniciándolo el primero.

  Ambos aguantan bien el peso. Después de unos cuantos vaivenes, intervengo:

  Yo también quiero jugar.

  Primero lo hago con Cipri, que a duras penas puede cargarme a su espalda. Lo intento después con ángel que se ringa hasta casi dar con los morros en tierra. Peso demasiado para él.

  Descansamos del juego, y desde la altura del presente y de muchos más años, me pregunto:

 -¿Y para qué servía ese juego? ¿Para ir preparando las espaldas que más pronto que tarde cqargarían algún que otro saco? ¿Para fortalecer y flexibilizar los músculos? ¿Para mostrar y demostrarse las fuerzas? ¿Para reírse un rato si la esmorritada se producía? ¡A saber!

  Lo que sí sé ahora, y si no lo sé me lo invento, es que, respondiéndome a la pregunta de que ¿por qué agua de mayo? Sencillamente porque en el campo abril y mayo son meses en los que la lluvia es fundamental para que las plantaciones de gramíneas (básicamente, cereales) y los árboles frutales florezcan con su mayor esplendor. Si hay suficiente lluvia en esos meses, normalmente se asegura una buena cosecha que nos dará alimento hasta el próximo año. Por eso es tan importante y tan necesario que llueva en mayo.

  Regreso de nuevo a la cocina de mis recuerdos. Me mantengo al margen. Los dos hermanos pequeños se enfrascan ahora en otro jueguecito. Ahora se ponen frente a frente, y Cipri recita:

  -Yo soy el gallo

Y tú la gallina,

Yo como salvado

Y tú harina,

¿Empezamos a soplidos?

Y comienzan a soplarse a la cara con toda la fuerza de que son capaces. Uno, al final se ríe tanto, que deja de soplar.

  -¡Has perdido! –grita el otro.

  Perfecto; bonita manera de ampliar la capacidad pulmonar y desplegar el fuelle para hacer sonar el tubo o cuerno llamando a los vecinos para llevar las cabras a la plaza de San Sebastián al rebaño comunal que andará de acá para allá buscando el alimento diario.

    Y diariamente alimentamos los recuerdos en busca de aquellos años que, en un juego de espejos, nos permitan con engaños, con deformaciones, la mentira piadosa de creer que tenemos de nuevo toda una vida por delante.

 

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