martes, 29 de marzo de 2011

¡Vaya marcha llevamos!

  ¡Vaya marcha llevamos!

 

  Cuando uno se empeña en remover con el mando a distancia, a mucha distancia aquellos rescolditos de la lumbre de los años de nuestra infancia y adolescencia, corre el riesgo  de  convertir, como es mi caso últimamente,  estas humildes hojas virtuales o reales en una especie de esquelas o notas necrológicas. Hoy le ha tocado el turno a Lola.

  Ayer supe que, a causa de la misma enfermedad que se llevó a su hermano Alberto hace años y de la que trata de alejarse alguien más de su familia, nos ha dejado en este valle de risas y lágrimas a sus ¿65 años? También me comentaron que ya este verano, cuando tuve una mínima conversación con ella (supongo que preñada de tópicos puesto que no me acuerdo de nada de lo que nos dijimos) ya llevaba grabada la fecha de caducidad, aunque parece ser que se ha adelantado algunos meses.

  Una vez más, estos acontecimientos me retrotraen a la década de los 50 invitándome a remover las cenizas en busca de esas mortecinas ascuitas en las que, cómo no, he localizado, sin dificultades a la Lola, y siempre durante los meses de julio y agosto, ya que, al igual que otras cinco  o seis familias más, venían a veranear al pueblo, en su caso desde Madrid.

  En efecto; durante aquellos veranos de mi infancia, unas pocas familias procedentes de diferentes capitales españolas y en algunos casos oriundos del pueblo) acudían a éste a pasar las vacaciones, cuyas casas, al menos exteriormente, sin duda eran las mejores del pueblo.

  Para los chicos y chicas, su llegada suponía una atractiva novedad.

  -Ya han venido los del Arco -decía alegremente alguien.

  -También los de don Luis -replicaba otro.

  -Y las del Marianito -afirmaba un tercero.

  -Pues, según oí a mi padre el otro día, los Madrileños estarán aquí mañana.

  -Y el "Niñocaca", ¿ha venido ya? -interrogaba uno.

  Sí, respondía otro-. Estuve ayer con él en el frontón, mientras nos enseñaba a unos cuántos (con su acento de madrileño chulapón) un avión que con su correspondiente mando intentaba hacer volar, y otra cosa consistente en una base de hierro a la que estaban enganchadas tres pelotas para jugar con raquetas. ¡Ah¡, claro, y allí tenía su bicicleta de señorita.

  Las relaciones entre los chicos y chicas del pueblo con los "veraneantes" venían marcadas por ciertos aires de superioridad por parte de los capitalinos que, siempre que pudieran ir y jugar con los otros veraneantes, si no evitaban, sí al menos marginaban a los del pueblo. No obstante, eran muchos y variados los juegos y aventuras compartidos entre los forasteros y los del pueblo, así como distinto era el nivel de acercamiento, según la distancia que marcaban la sencillez o estiramiento de la familia por un lado, y del chico o chica por el suyo. Los del Arco eran bastante próximos. Más de una vez vi jugar a las tres menores (entre las que estaba Lola) muy amigablemente con las chicas del pueblo, cosa que nunca vi hacer a aquellas otras tres que siempre iban vestidas igual, como si las llevaran uniformadas. Sin embargo, sus hermanos, ambos uniformados también, tenían mucha más relación con los del pueblo. A propósito de las tres uniformadas, un día que asomé por la callejuela entre su casa y la del  Juan Pedro, me di de manos a boca con la pequeña de ellas que en aquel tiempo era, por lo menos para mí, la más guapa de las tres y menor que yo. Al verme, ignoro el motivo, salió corriendo. Yo, como suelen hacer los perros con los que tienen miedo y echan a correr, inicié una mínima persecución, que dejé a los pocos pasos. Por lo visto, recurrió la niña a la primera veraneante que se encontró y que resultó ser la "muhinita", chica que me doblaba la edad, la cual, poniéndose en jarras me retó:

  -¡Atrévete a pegarle!

 Me quedé petrificado. La miré de medio lao durante unos segundos, y me fui, no sé si con el rabo entre las piernas o asombrado porque no había tenido nunca la intención de hacer tal cosa con esa niña, sino la de asustarla, simplemente.

  A la Lola, la veo rubia, con caderitas redondeadas y con mirada un tanto rara, a mi ver, y que se debía a que era algo bizquilla. Pero, no, no encuentro ninguna foto concreta en mi memoria, está allá abajo, en los alrededores de su casa, enmarañada entre sus hermanas, su madre, Alberto, otras chicas... obailando los días de la fiesta.

  Nunca entré en su casa, tan sólo alguna vez a la cochera y la huerta, sobre todo cuando ya se habían marchado, para robar alguna manzana o pera de los árboles que regalaban no muy abundantemente su fruto aguantando los rigores del clima. Y es que, al contrario que los del pueblo que practicaban a diario la política de "puertas abiertas", todos ellos mantenían permanentemente cerradas las de sus casas a las que los pueblerinos, por timidez, respeto o por lo que fuera, no osábamos ni hacer mención de entrar, pues no se nos invitaba a ello.

  Lola: No sé cómo serán las cosas por allá; pero si nos encontráramos al final de mi último viaje, espero que aprovechemos la oportunidad para hablar mucho más de lo que por aquí lo hicimos.

  ¡Feliz estancia¡, y espérame muchos años, siempre y cuando yo me encuentre disfrutando de una aceptable calidad de vida por estos lares.

 

 

 
 

martes, 22 de marzo de 2011

Marijuana

 

 

 

  Marijuana

 

  Por fin, Marijuana, por fin a tus 56 años has descansado como lo han hecho tus familiares y amigos más próximos, tras esa enfermedad degenerativa que, desde hacía cinco o seis años venía castigando tu cuerpo hasta dejarlo absolutamente paralizado y haciendo casi imposible la comunicación contigo, mientras tu mente funcionaba con meridiana claridad.

  Ya ves qué casualidades tiene el destino. Resulta que separados tan sólo por un par de días vais a juntaros en el pequeño cementerio del pueblo dos de los más encarnizados enemigos, sobre todo durante los años en que te encontrabas en buenas condiciones físicas, por entender de muy distinta manera los asuntos del mismo y por dónde debería transcurrir su incierto futuro que, al igual que a vosotros, lo va llevando inexorablemente, si no a la desaparición, sí hacia la total despoblación.

  Como estos rescolditos pertenecen a la lumbre que se consumió en los primeros años de mi vida, no voy a escribir sobre tu increíble entereza durante la terrible enfermedad que has padecido, ni de que mis últimas palabras intercambiadas contigo fueron cuando me presentaste (con gran esfuerzo por tu parte, ya que casi no podías hablar) el año 2008 para que pronunciara, a solicitud tuya, el pregón de las fiestas patronales del pueblo del citado año. No, Marijuana; voy a explicarte algunos fotogramas descoloridos que tengo a punto aquí, en el proyector de mi memoria y en los que figuras tú:

  En uno de ellos apareces a tus 6 años bajando corriendo por las escaleras de la escuela de las chicas, claro, y dirigiéndote, con la maestra detrás de ti,  a tu casa, próxima a la misma, y llorando a moco tendido. No hay fotograma posterior; Sin embargo, aunque no puedo describirte el vestido que cubría tu cuerpo delgadito, sí puedo informarte de que tengo la fuerte impresión de que no me gustaba nada y de que el problema era familiar ya que doña Mari trataba de consolarte.

  En otro, veo a X (que conste que no era yo sino el del "palito dorao") arrinconarte no muy lejos de tu casa y darte dos achuchones o braguetazos. Te escabulliste y patas pa que os quiero hacia tu casa. Por lo acontecido días después, se lo debiste contar a tus padres pues, casualmente, en la pared de la casa de don Luis el Gordo que daba a la calle de Abajo, , vi a tu padre coger de las orejas a tu acosador y advertirle de que si volvía a molestarte, se iba a enterar.

  En el último fotograma aparecéis los cuatro, vamos la familia entera, un tanto dispersos en la calle donde se encontraba la fragua y el potro, auténtico monumento de interés cultural (y que alguien se quería cargar tiempo atrás) en el que tu padre, al que siempre veo con el cigarro colgando, herraba las vacas del pueblo y de algún otro de las cercanías.

   Y bien, Marijuana. Un día se murió tu madre, te sumaste a los chavetos de la diáspora (al igual que tu hermano), te llevaste a tu padre, murió éste y al cabo de unos cuantos años regresaste para después de algo más de un par de décadas abandonarnos definitivamente.

  Ya no te acordarás de él, pero en uno de estos rescolditos que voy avivando, escribí, probablemente cometiendo algún error, el poema que recitaste en tu primera comunión. Como pobre homenaje a lo positivo de tu trayectoria vital, lo vuelvo a transcribir. ¡Hasta siempre!

 

El primer ramo de flores

que a tus plantas deposito,

y en recompensa, Señora,

sólo dos cosas te pido:

la bendición de mis padres,

maestros y hermanitos

y un gramo de tu pureza

como tesoro divino.

¡Ah¡, se me olvidaba decirte

al oído un secretillo:

la más bella de las flores

guárdala para tu hijo...

quiero tenerlo contento:

¡somos tan buenos amigos¡...

 

 

 

 

Carta-Mensaje a la Antigua Usanza con Nuevos Instrumentos

 

 

 

  Carta-Mensaje a la Vieja Usanza con Nuevos Instrumentos

 

  Queridos padres: Deseo que al recibo de ésta-éste os encontréis bien, yo, bien, gracias a Dios.

  Si os llega esta carta, mensaje o e-mail -supongo que sí, pues he rellenado correctamente los campos propios del correo electrónico que, por cierto, va mejor y más rápido que el tradicional- podréis comprobar que lo he iniciado tal como lo hacía allá por mis 11, 12 o 13 años desde el colegio de Pontevedra cuando os escribía las cartas, y es que hoy me ha dado, una vez más, por sentarme al amor de estos rescolditos de mi infancia y adolescencia. ¡Ah!, los campos rellenados son éstos:

Para: misqueridospadres@lagloria.org

CC: misqueridoshermanos@latierra.es            

CCO: laprocesiondivina@cielo.net

Asunto: Rescolditos de mi Infancia y adolescencia

 

  ¿Qué tal os va por ahí? Seguro que en la gloria. ¿Os dejan estar juntos y revueltos? ¿Habéis encontrado a gente del pueblo y a vuestros seres queridos? ¿Hay mucha gente por allá? ¿Os dan bien de comer? A ciencia cierta que en el espíritu de la golosina no os quedaréis, y menos El padre, que con lo goloso que era se debe estar poniendo de tocinitos de cielo que no veas. ¿Habéis probado ya los huesos de santo? Lo que no os dejarán ni probar son las manzanas y quizá tampoco los plátanos, ¿no? ¿Por dónde salís a pasear? ¿Estudiáis o trabajáis? Pero, ¿Qué digo? ¡Si en el paraíso no se da ni golpe y además lo debéis saber casi todo! ¿Os dejan echar algunas partiditas al guiñote?, o está prohibido jugar...

  Por aquí, todo sigue poco más o menos como siempre. Eso os decía en aquellas antiguas cartas y eso os digo también ahora, como si ese "siempre" lo conocierais de toda la vida y no sucedieran cosas; pero, ¡vaya que sí pasaban y pasan! Probablemente las estéis viendo ahora mismito, aunque, según se asegura por este lado de la realidad o de los sueños, no podéis hacer nada para modificarlas, ni para bien ni para mal.

  ¡Venga, va! Asomaos a la ventana de mi memoria un ratito y compartamos unas escenitas de aquellos años de mi infancia que, así, a distancia, a bastante distancia, no los veo especialmente tristes a pesar de ciertas carencias y duros momentos.

  Somos todos conscientes de que nunca nos hemos caracterizado por ser una familia que hiciera muchas concesiones a aparentes muestras de cariño y afecto; sin embargo, que nos queríamos y queremos yo siempre, siempre lo he percibido y experimentado, ¡y de qué manera¡. ¿Os acordáis cuando estábamos la madre y yo en la clínica, en Madrid, y viniste tú, padre? Dos o tres días pasaste con nosotros, e incluso, medio subreptivamente, una noche en la habitación. Cuando te volviste para el pueblo,  no recuerdo haber llorado nunca con tal desconsuelo agarrado a ti: aquella separación (de ti, padre, de mis hermanos) era una especie de entrenamiento para la que vendría después a causa de mis largos internados con nuestros cortos encuentros, así los considerábamos, propiciados por algunos de mis períodos vacacionales. En uno de ellos, fui un día contigo, padre, a la cantina de la Irene y el Juan, ¿te acuerdas? Mientras sentado en el banco que había apoyado contra la pared tomábamos algo, tú pusiste el

brazo sobre mi hombro y comenzaste a acariciarme la cara con el dorso de tu mano. ¡Qué emoción! Me sentí el niño más querido del mundo. Me daban ganas de llorar.

  Nunca os lo dije, pero otro día de verano, ignoro si fue el mismo año, habíais ido a segar una pieza próxima a la carretera. A fin de terminarla, se os hizo prácticamente de noche. Yo estaba con vosotros y, de repente, se me ocurrió, sin advertiros, la idea de irme para casa: supongo que ya estaba cansado de estar allí. Salí a la carretera y orilla adelante me fui para casa. Recuerdo que me encontré con la "Carala" que regresaba en el carro tirado por un sempiterno caballo a su pueblo, después de haber vendido algo en el nuestro. Debía ser ya noche casi cerrada y sin estrellas, puesto que me saludó, le contesté y no me conoció. Cuando ya estaba llegando a los primeros edificios y, en consecuencia, a casa, os oí detrás de mí, a cosa de 20 metros. El padre te venía diciendo a ti, madre algo parecido a: Como el chico no esté en casa, se va a armar una buena.

  Sí, era auténticamente noche cerrada, ya que no me veíais a pesar de la poca distancia y en línea recta que nos separaba. Yo me callé como un puta, no porque me regocijara en lo mal que lo estabais pasando, sino por sentirme muy, pero que muy  querido.

  Apreté el paso y llegué a casa unos instantes antes que vosotros, simulando que ya llevaba un ratito, y seguí sin deciros nada, hasta hoy. ¿Os acordáis ahora de ese día y este hecho?

  ¡Ay, padres! No quiero despedirme sin deciros que no tengo nada que reprocharos, que sé que os comportasteis conmigo como mejor supisteis, que me he sentido estimado y que os he querido a pesar de cabreos momentáneos, que hasta en las mejores familias se dan, incluida la Sagrada Familia, que espero esté con vosotros. ¡Ahí nos volveremos a ver!

  Y sin más que deciros, recibid un fuerte abrazo de vuestro hijo que mucho os quiere,

  Carlos

 

 

 
 

sábado, 19 de marzo de 2011

Hola, Madre

  Hola, Madre

 

  Hola, madre: Sí, digo madre, porque Recordarás que jamás de los jamases, ninguno de tus muchos hijos te llamamos mamá, mama, mamaíta ni cosas similares. Dentro de un mes, más o menos, se cumplirán cuatro años de que un cáncer en "semejante sitio" (aquel por donde nos trajeras a este mundo) en poco menos de cuatro meses te transportara así, por arte de magia –supongo-, a reunirte con tus seres queridos y el padre que, de la manera soñada por cualquier mortal, nos avandonara allá por el 2002, el día antes de poder contemplar por la tele el primero de los encierros de San Fermín que tanto le gustaban, y sin que el hombre bueno, honesto y de pocas y justas palabras (¡cuánto me quería y cuánto le quería!) hubiera asimilado el cambio de pesetas a euros: total, para lo que habría de servirle.

  Tiempo habrá de avivar estos rescolditos y ver reflejados en sus coloradas ascuas recuerdos y más recuerdos de aquellos añorados tiempos de mi infancia. Pero hoy, no sé si por aquello de que días atrás el cielo se empeñó en tocar el tambor, arrastrar y hacer chocar a lo bestia las nubes o que San Pedro decidiera cambiar los muebles de sitio para que Dios creyera estar en el séptimo cielo, el asunto es que te vi en el portal de casa un verano en el que las nubes se apelotonaban sobre el pueblo amenazando soltar una pedregada de padre y muy señor mío. Encendías, no sé qué velas, que según tú ahuyentaban las tormentas, pedías, yendo de acá para allá,  la intercesión de la Virgen, de Jesucristo, de la Procesión Divina para que se alejaran y permitieran que la cosecha siguiera su curso sin contratiempos, hasta que estuviera bajo techo y a buen recaudo. Ahora, que te encuentras allá arriba o, donde sea, ¿no te ríes de las tonterías que hacemos por aquí abajo? ¿Te acuerdas de tu sentido práctico de la vida en relación con el mismísimo Dios? Yo me río a carcajadas cuando recuerdo que le ofrecías a la Virgen de la Soledad, a San Roque, a San Andrés, a Dios Padre, Dios Hijo o Dios Espíritu Santo ponerles una vela si no se moría ningún cochino, si la vaca paría con bien, si el ternero o ternera se vendían en su justo precio o si la cosecha era buena y la veías recogidita en casa. Sin embargo, tú, siempre mirando por la economía familiar, si no te concedían lo pedido, ni vela ni ocho cuartos por muy corte celestial en la que estuvieran. 

  ¿Te acuerdas de aquellos días de invierno (concretamente un invierno en el que estuvimos sin luz un montón de días porque las lluvias (casi el diluvio universal) habían jodido el tendido eléctrico y tuvimos que iluminarnos con candiles? Y, a propósito, ¿te acuerdas de aquella adivinanza que nos ponías: Un hombre colgado en una pared, con la cola tiesa y sin valerse tener? ¡Dios!, qué buena conversadora eras, porque concedías mucha importancia a lo que tu interlocutor te explicaba. Y, otra cosa; si hubieras nacido más tarde, estoy seguro de que hubieras sido una excelente Cuentacuentos. Mis hermanos y yo (tus hijos) aquellos días invernales exprimimos al máximo tu desbordante imaginación y tu capacidad trasmisora de chascarrillos, historietas populares y sucesos de tu pueblo, del nuestro y de ¿sabe Dios dónde!.

  Precisamente hoy, quiero compartir con esos navegantes del ciberespacio un par de esas cosillas que nos transmitías, repetidas veces, en torno al amor de la lumbre o sentados alrededor de aquella mesa-camilla con el brasero alimentado con cisco elaborado por el padre y removido, de tanto en tanto, con la badila.

  Una de ellas consistía en, utilizando todas las cartas de la baraja española, relatar una especie de historia un tanto incoherente, pero que nos hacía mucha gracia. Hela aquí con los posibles errores propios de la transmisión oral:

           Un rey poderoso y africano (rey de oros), venía con su esposa (sota de oros) de la mano. Tenía un hijo muy jugador que era el gran caballero de los oros (caballo de oros). Se jugó siete (7 de oros), se jugó seis (6 de oros), se jugó tres (3 de oros) que son dieciséis.

  Me fui por el mundo y me encontré con el gran caballero de las copas (caballo de copas). Le pregunté:

  -¿Qué oficio tiene usted?

  -Fregonero.

  -Tiene que fregar algo?

  -Voy a preguntárselo a mi señor (rey de copas) y a mi señora (sota de copas): siete cazuelas (7 de copas), seis cazuelos (6 de copas), cinco platos (5 de copas), cuatro sartenes (4 de copas), tres cacerolas (3 de copas), dos "corbeteras" o coberteras (2 de copas) y un almirez grande (as de copas).

  -¿Cuánto es su trabajo?

  -Una onza de oro (as de oros).

  Me fui por el mundo, me encontré con la tía de las espadas (sota de espadas). Como son palabras tan excusadas, vengo de espadas: siete irlandesas (7 de espadas), seis portuguesas (6 de espadas), cinco italianas (5 de espadas), cuatro francesas (4 de espadas), tres "aldeanas" o alemanas (3 de espadas) que son las más largas.

  -¿Cuánto es su trabajo?

  -Dos onzas de oro (2 de oros).

  Me fui por el mundo, me encontré con el gran caballero de los bastos (caballo de bastos). Le pregunté:

  -¿Qué oficio tiene usted.

  -Arrancapinos. Arranqué uno (as de bastos) con todo su ramaje; en el tronco había una serpiente; saqué mi espada (as de espadas) y la maté. Arranqué siete (7 de bastos), arranqué seis (6 de bastos), arranqué cinco (5 de bastos), arranqué cuatro (4 de bastos), arranqué tres (3 de bastos) que estaban amarrados.

  -¿Cuánto es su trabajo?

  -Cuatro ochentines (4 de oros). Que no los quiero. Que son malos. Que doy parte al gobernador (rey de bastos). Que viene el Gobernador, que viene el verdugo (sota de bastos), que viene la horca (2 de espadas), que viene la escalera (2 de bastos), que viene el gran caballero de las espadas (caballo de espadas), que dice: "Paz". "¿Quién lo ha mandado"? "Su rey majestad (rey de espadas). Y cinco hermanitos de la caridad" (5 de oros).

  La otra, un poema encadenado, también con los posibles errores propios de la transmisión oral (creo que falta algún verso) aquí está para disfrute o indiferencia de quien se asome a este blog:

  El que se muere, se muere;

y al que se muere, lo entierran.

Lo entierran en los morgones;

del morgón sale la cepa;

de la cepa sale el vino;

vino que a mí me consuela.

Suela es la del zapato;

zapato que es de vaqueta;

vaqueta que no es badana;

badana pa forro es buena;

buena es la buena memoria,

de quien de memoria se acuerda.

Cuerda es la de san Francisco;

san Francisco que no es Esteban;

Esteban fue mártir santo,

y a este santo se le reza.

Rezan los curas maitines;

maitines que no es completa;

completa es la artimaña;

la artimaña es la que urde;

urde el tejedor la tela.

Tela es la del cedazo;

cedazo que harina cuela;

cuela la mujer que es limpia,

y la que no, es puerca.

Las puercas paren lechones;

los lechones comen hierba;

la hierba se cría entre el trigo;

el trigo seco se siega;

siega el que no ve nada,

y el que no ve nada, siega.

Entra en la iglesia el cristiano,

cristiano que no reniega;

los que reniegan son los moros,

aquellos que están en Ceuta.

Ceuta es un puerto de mar,

donde el pescado se pesca;

pesca el que tiene maña,

y el que tiene maña, pesca;

y el que nace sin cabeza,

no necesita montera.

 

 

 

 

Con los Ojos Tapados

  Con los Ojos Tapados

 

  Ya he dicho alguna que otra vez en estos humildes rescolditos míos que en absoluto hacía ascos a ir y jugar con los chicos de mi edad, pero que tenía una marcada inclinación a tratar de integrarme en los grupitos de los más mayores que, seguramente en más de una ocasión, me lo permitieron debido a que entre ellos figuraba mi hermano F.

  También he hablado del Camino de San Andrés, así denominado por la ermita erigida, y actualmente en ruinas, en honor de este santo. pues bien, por él, justamente casi en la confluencia con el Camino de la Carretera, íbamos (ignoro el destino ni a qué) un grupo no más allá de media docena de chicos, entre los que no se hallaba mi hermano, y siendo yo el molesto pequeñajo de siempre. Nunca supe si fue por desprenderse de mí, si fue por burlarse de mi inocencia o porque perversos pensamientos cruzaron por la mente de uno de ellos, el caso es que, concretamente X, dijo:

  -¡Eh¡, vamos a jugar al "palito dorao".

  Nos reunimos todos en torno a él, mientras yo protestaba rápida e inocentemente:

  -Si yo no sééé.

  -No te preocupes que es muy fácil -repuso el instigador-. Todos nosotros nos situaremos a tu alrededor a una prudencial distancia, uno te vendará los ojos con tu propio jersey, otro te entregará un palo que habrás de empuñar fuertemente por uno de los extremos y, tras girar tres veces sobre ti mismo, te quitas la venda y al primero que consigas tocar con el palo, la paga sustituyéndote a ti.

  -Vale -acepté.

  El propio X me vendó los ojos, asegurándose de que no veía ni la luz. Sin decir palabra, se alejó procurando hacer el menor ruido posible. Transcurridos unos segundos, probablemente él mismo se aproximó por detrás y me ofreció el palo.

  Lo empuñé con fuerza, tal como se me había pedido, y me quedé paralizado... ¿qué es esto tan blando? ¡Mierdaaaaa!

  Con la mano izquierda me despojé rápidamente de la venda, lancé lejos el palo y me miré la mano derecha. Efectivamente, era mierda, mierda de vaca. Mientras los veía alejarse a la carrera y riéndose, a mí  cara subía una oleada de calor de vergüenza, de impotencia y de rabia que, además, arrastraba hacia mis ojos un torrente de lágrimas que, a duras penas, podía retener. Y es que si a uno lo ridiculizan, y encima con el valor añadido de algo tan abominable como las heces, la horrible sensación se agudiza hasta reducir tu mente a un único punto de odio desmandado. No es lo mismo que te empujen y te tiren a una charca de agua que de mierda.

  Al tiempo que restregaba la mano en las hierbas que bordeaban el camino, imaginaba mil y una venganzas, sobre todo contra aquel que consideraba verdadero artífice de tal humillación. Por eso, cuando el turno le llegó a él, tuve la oportunidad de alegrarme, regocijarme y reírme cosa fina, sí señor, y sin que yo fuera protagonista, tan sólo mero espectador.

  Aconteció la cosa en el Camino de Abajo en la pared de un casillo que junto a su casa tenían el tío Casimiro y la tía Juana. Allí estábamos bastantes chicos de la escuela, ¡vaya usted a saber por qué y para qué! Supongo que acabaríamos de salir de clase (era por la tarde) y ésta se encontraba situada a pocos metros de tal lugar.

  Por lo visto, X presumía de tener buen tino con el tiragomas, lanzando piedras con la mano (tanto a sobaquillo como a machote) jugando a la tanguilla, a las gállaras..., incluso a ser capaz (con los ojos cerrados) de introducir la llave en su cerradura.

  -Vamos a comprobarlo -dijo Z.

  -¿Qué te juegas? -preguntó X.

  -Ni un real -repuso Z-. Tú presumes de eso, pues demuéstralo. Y fíjate, te doy una ventaja; en lugar de una cerradura, a ver si metes el dedo en este agujero. Y señaló uno que había en la pared a la altura, más o menos, de su pecho.

  -¿A cuánta distancia he de situarme? Preguntó X.

  Z deslizó una mirada interrogadora al círculo de mudos asistentes, algunos de los cuales propusieron:

  -A tres pasos.

  -¡Venga! -aceptó X.

  Nunca supe, tampoco, si se trataba de un ajuste de cuentas, si fue por darle una lección o simplemente por perversidad; pero el hecho es que, tras tomar una y otra vez la medida de la altura a la que se hallaba el agujero y el punto al que correspondía en su pecho, X retrocedió tres pasos, le taparon los ojos, extendió su brazo, cerró el puño y desplegó su dedo índice.

  Nadie dijo ni mu, pero sí contuvimos la risa cuando vimos a Z situarse en la pared con la boca abierta a la altura del agujero y buscar el dedo que avanzaba lentamente hacia ella.

  El grito de X fue de órdago a la grande cuando sintió el inesperado y fuerte "muerdo" en el dedo.

  Z salió de najas, mientras los demás reíamos a mandíbula batiente.

  X se miró el dedo en el que se veía nítida la marca de la dentellada, se sopló en él, y con lágrimas a punto de brotar, se dio la media vuelta y se marchó a su casa con el dedo entre los labios, chupándoselo.

 

           

 
 

viernes, 4 de marzo de 2011

Teresita

  Teresita

 

  Nunca ha sido una cualidad mía la constancia, más bien me he caracterizado, en general, por ser un fiel seguidor de la "arrancada de caballo y parada de burro". No iba a ser menos con vosotros, "rescolditos" que, afortunadamente, continuáis aquí, escondidos y siempre dispuestos a revivir al menor soplo de viento. Y eso es lo que ha acontecido.

  Antes de ayer, Teresita, uno de mis hermanos me informó de que mientras cruzabas una calle con tu inseparable bolsa con fruta recién comprada, un camión te llevó, en volandas y en un abrir y cerrar de ojos, al Pacífico (dicen que a tus 70 años). Inmediatamente, una chispita saltó, y más que picar, entibió e iluminó alguna que otra neurona de mi memoria, retrotrayéndome a mis ¿5, 6...? años de mi infancia.

  Os veo a ti y a tu madre (la tía Angelita que, por cierto, siempre me pareció vieja cual si en lugar de tu madre fuera tu abuela) vestidas de luto por la muerte del tío Juan, tu padre, sentadas en unas sillitas bajas delante de vuestra casa o de la situada y deshabitada a la derecha de ella, a fin de, según época y tiempo, gozar o protegerse del sol, cosiendo, tejiendo o bordando con esos bastidores que, vaya usted a saber por qué, tanto me atraían. Pero mucho más me atraías tú: siempre muy blanca,, contrastando con el luto y con tus ojazos negros, espléndidamente joven, guapa, muy guapa -eso consideraba mi mente infantil. Esa misma mente que, unos años más tarde, trasmitió a mi alma sentimientos de rechazo al saber que tenías novio y que ibas a casarte. no podía imaginarte, especie de virgen vestida de negro, convertida en mujer y madre, como tantas y tantas.

  Por cierto; también recuerdo el día en que enterraron a tu padre. Supongo que sería un día de otoño, pues la meteorología lo despedía con un cielo gris, frío y capitas de hielo: un día desangelado y triste, típico de esa época del año. Sobre una mesa, y en el portal, estaba la caja. ¿Y vosotras? No os vi; supongo que en la cocina con familiares y mujeres del pueblo.

  Recordarás que este verano nos encontramos en la capital y que avivaste los rescolditos de esos tiempos y de aquel decisivo acontecimiento que dio una vuelta total de tuerca a mi vida. Mientras hablabas, rememoraba yo también, pero reflexionando y exclamando en silencio a la vez: ¡¡Vaya! ¡Lo que ha sido de esa virgen negra! ¡Cómo erosiona, trasforma y nos devora el paso del tiempo!

  Cuando nos encontremos la próxima vez, quiero verte como en mi infancia. Recuérdalo.