sábado, 19 de diciembre de 2009

El picú

  "¡Venga, vamos, que ya han puesto el baile¡" -solía oírse por el pueblo todas las tardes-noches de domingos y días festivos, a excepción de los correspondientes a los meses de verano. Y es que en el salón del ayuntamiento esos días, primero el Tino y después el Agustín "el Matraco": ejercían de voluntarios pinchadiscos. El picú (pick-up) y los discos, cuyo número iba incrementándose periódicamente, pertenecían al ayuntamiento, vamos, al pueblo.

  Era éste, el ayuntamiento, un edificio de dos plantas. La primera la constituía en su totalidad, precisamente, un salón rectangular. En uno de los lados largos había un par de ventanas y la puerta. Al pie de tres de sus paredes, se extendían unos poyos de cemento, desde donde, encaramadas a ellos o sentadas -según la cantidad de gente que bailara- las madres vigilaban a sus hijas y veían quién bailaba con quién, cuánto y cómo, y así disponer de un plato más para satisfacer su hambre de chismorreo.

  Debajo de las escaleras que conducían a la planta alta, con la llegada del picú y los discos, se había construido un cuartito a modo de cabina para ellos y el pinchadiscos.

  La iluminación dependía de dos bombillas, situadas en las dos columnas de madera (una redonda y la otra cuadrada) que, frente por frente, se hallaban a pocos metros de los respectivos fondos, y que dejaban, no sé si a propósito, un par de rincones en semipenumbra, aprovechados, cómo no, por parejas que buscaban un poquito de intimidad.

  En esas dos columnas se colgaban también los dos altavoces del picú, cuyo sonido fuerte y claro, sí que llegaba perfectamente hasta el más apartado rincón del salón.

Los más asiduos al baile eran los chicos y chicas de la escuela, los mozos y mozas solteros y solteras de cierta edad, algunos matrimonios a los que les gustaba mucho bailar y alguna madre o padre para echar un vistazo. Mientras tanto, los hombres andaban jugando unos subastaos o guiñotes y departiendo con su cervecita, su chatito de vino o su buen porrón en las dos tabernas o cantinas ubicadas a ambos costados del ayuntamiento y plaza del mismo.

Varias son las fotografías que conservo grabadas en la mente. En una de ellas me veo (siguiendo la recomendación del maestro de echar del baile a toda aquella chica que no quisiera bailar) corriendo detrás de alguna de ellas y, presumiendo de que era mayor pues ya había cumplido siete años. En otra me hallo dando vueltas por el salón observando cómo bailaban algunas parejas, cómo se apretaban y el hombre metía la pierna entre las dos de la mujer; como, sin bailar, otras parejas se iban a los rincones a hablar; también a las que luchaban a brazo partido (él por arrimarse y ella por guardar las distancias), y aquellas otras que, ya establecidas, debían estar enfadadas porque no hablaban y tenían cara de sargento de la Guardia Civil.

Veo al Agustín (como era el que ponía los discos ninguna le negaba una pieza, bailando un pasodoble. Recorría, como si desfilara, de arriba a abajo el salón. Cuando llegaba a la pared, daba la vuelta, y así hasta que acababa la canción. Para él, casi todas las piezas eran un pasodoble, más o menos lento. También veo la foto de algunos que se sentaban en el poyo y oían y veían pasar canciones y mujeres sin decidirse a pedirles un baile, supongo que cansados de negativas o regalos muy ocasionales.

A mí, ya en aquellos años, había chicas que me gustaban más o menos. Con la que prefería bailar era con X tres o cuatro años mayor que yo. ¡Qué gusto me daba cuando, imitando a los mayores, le introducía mi pierna de pantalón corto entre las suyas, suavecitas y calentitas, y además en la zona de media luz. Recuerdo que me pedía que le cantara, entre otras barbaridades y guarrerías que me habían enseñado los mayorcitos, aquello que decía aproximadamente así:

"José se llamaba el padre,

Josefa la mujer;

y a eso de la media noche

los dos querían joder".

Cada vez que escucho canciones de Antonio Machín como Mira que eres linda, Madrecita, Navidad, Dos gardenias; temas de Carlos Gardel como Volver, A media luz, Caminito y otras canciones de la época, se me mete en la mente todo el álbum de fotografías del salón del ayuntamiento con todas las personas dentro.

Allí fue donde -dígamoslo así- cogí lo más parecido a mi primera borrachera. NO recuerdo quién  o quiénes, ni por qué, el caso es que alguien apareció en el salón con un garrafón de vino, que comenzó a repartir gratuitamente entre los asistentes. Yo fui a pedir un vaso..., y me lo dieron (tendría los siete u ocho años). Me lo bebí, aunque no me gustaba el sabor, supongo que por hacerme el mayor, y al poquito rato cascaba por los codos y la vista se me enturbiaba ligeramente. Por casualidad, entró mi padre, que al decirle cual cotorra todo: que había bebido un vaso de vino, que veía un poco mal, que estaba muy contento y qué sé yo cuántas cosas más, me dijo: "Venga, mocoso, vamos para casa". Y eso fue todo. No canté el Asturias, patria querida, supongo que porque no me lo sabía.