Yo, el blasfemador
Andaba yo esta mañana removiendo las cenizas en busca de alguna residual y mortecina ascuita, cuando el demonio, emergiendo entre unas cuantas que tímidamente chispeaban vestidas de rojo, juraba y blasfemaba a mi oído, no en hebreo, sino en un perfecto castellano: cagüen Di..., cagüen la Hos..., cagüen el Co... ¿Qué le pasará a este¿, pensé. Pues nada, que me imitaba y se reía socarronamente de cuando yo era un renacuajo.
Sí, sí, en aquellos tiempos yo juraba y blasfemaba con tal gracia y salero, cual excelente carretero, pastor o labrador en este campo, que las niñas e incluso algunos viejos con los que me llevaba estupendamente solían pedirme: Jura, Carlos; jura, chiquito. Y yo juraba. Anda que si hubiera tenido y podido, claro, que pagar las multas estipuladas por ello, según recuerdo haber leído en algún texto religioso de estudio, el cielo estaría, a buen seguro, enladrillado por las 30 célebres monedas de plata (de la que cagó' la gata) multiplicadas por 70 veces 7 más de las que cobrara Judas Iscariote que, por cierto, mató a su madre con una vara y a su padre con un garrote, y aún pensaba que no era nada, que coreaban los chicos en el pueblo el 28 de octubre. En otra ocasión hablaré de esto.
Precisamente este verano, la Chon, unos 8 años mayor que yo, hurgando entre las cenizas de nuestralumbre vital, me recordaba lo trasto, pero a la vez simpático, que yo era. Recordé, entonces, lo que me querían algunos viejos, por ejemplo, el tío Marcelino que, como yo había nacido el 4 de diciembre, solía decir que en lugar de Carlos me tenían que haber llamado Bárbaro, o el tío Félix, familiar de ella, que sonriendo pícaramente, me pedía: "No jures tanto chaval" -agregando algo más que no logro recordar.
Yo disponía de un amplio repertorio extraído, evidentemente, de las exclamaciones, siempre relacionadas con lo divino, que soltaban aquellos duros hombres en su trato diario con los animales que, a veces, se rebelaban contra ellos.
No, no, nunca me cagué en los apóstoles por orden alfabético, ni tampoco en los hijos de Jacob, pero sí en la Hostia, que enfatizaba y completaba con la más expresiva, Consagrada. Al Copón le añadía, Bendito, a la Virgen, que siempre era la del Pilar -supongo que por aquello de que el acento agudo es más contundente- agregaba, de Zaragoza, para que no cupiera duda alguna. Pero a veces, convocaba a la Corte Celestial y me cagaba en la Procesión Divina.
Y es que en el pueblo cada día era un cursillo acelerado, e incluso de reciclaje. Me viene a la memoria cierta ocasión en que a mi padre se le escaparon las vacas. Exhibió tal repertorio, que si el cielo no hubiera respondido a tales rogativas imprecaciones -eso sí, con el mazo dando- yo estaría convencido de la no existencia de Dios. Y aquella vez en que desde casa y a cubierto, mientras jarreaba de lo lindo, oí pasar por la calle a Benito el Matraco bajando a todos los santos del cielo, expresión que incluí, desde entonces en mi acervo exppresivo.
Ahora bien, el que juraba, a mi juicio, desplegando una amplia gama de juramentos y blasfemias, con la mayor y mejor musicalidad que yo escuchara, era el Juan Pedro, que años después protagonizó un hechohilarante por demás, al menos para mí, en lo tocante a la especialidad de la que estoy hablando.
Se encontraba el buen hombre ingresado en una clínica. No sé si la cuestión se produjo antes o después de ser operado de apendicitis, llamada por el pueblo antiguamente "cólico miserere", el hecho es que una monja le dijo:
-Si tiene dolores, apriete este botón, que vendremos de inmediato.
A los pocos minutos, le sobrevino un agudo dolor. Siguiendo las instrucciones, pulsó el botón. Como nadie acudía y el dolor aumentaba, comenzó a retorcerse en la cama exclamando:
-¡Me cagüen Dios, Me cagüen Dios!
Y Dios se apiadó -no podía ser de otra manera ante tal invocación. Se personó la monja con un recrujir de almidones y bamboleo de rosarios y demás zarandajas. Al abrir la puerta y oír cómo reclamaba a Dios nuestro Señor el buen Juan Pedro, que reunía en su nombre a dos de los más destacados apóstoles, se escandalizó:
-Pero, ¿qué está diciendo usted, hombre?
Y él, entonces, completó:
-¡Y en la Viiirgen, tambiééén!
¡Ay, Dios mío!, después de tantos años, te pido perdón, Señor. No sabía lo que hacía.
Ahora, sin embargo, sí sé que, por aquí me ando y continúo sin saber lo que hago invocando a los cinco Dioses en que creía mi padre: Dios, Rediós, Cristo, Recristo y Jesucristo.
Anda, pincha aquí que no duele:
www.alamordelalumbre.es.tl