domingo, 1 de noviembre de 2009

La lupa

  Don Eugenio, el maestro, no veía ni oía bien. Quizá por eso, solía hacernos pruebas caseras para determinar, generalmente, nuestra agudeza visual, utilizando, a veces, su inseparable lupa. Por ejemplo: Nos llamaba uno por uno a su mesa, cogía un libro abierto con una mano y con la otra la citada lupa. Pasaba ésta rápidamente por una de las dos páginas y nos preguntaba: "¿Qué palabra o palabras has podido leer¿" -y agregaba: "pero que no sean de una sola sílaba".

  Nosotros, dada la rapidez con la que desplazaba el dichoso instrumento, salíamos del paso como podíamos. Pero un buen día, decidió hacernos una demostración de otro tipo a los alumnos más pequeños de la escuela que, por cierto, no éramos muchos.

  Colocó su silla de enea cerca de la ventana que daba al estrado y nos fue llamando uno por uno. Con una de sus manos cogía por la muñeca una de las nuestras; con la otra tomaba la lupa, buscaba el ángulo adecuado para captar los rayos del sol y enfocaba la lente hacia el dorso de nuestra mano. El maestro nos advertía de que cuando sintiéramos como un picotazo que la retiráramos.

  Todos observábamos cómo una especie de círculo que aparecía en la lupa iba progresivamente reduciéndose hasta verse un solo punto. En ese momento sentíamos el picotazo y apartábamos la mano de un tirón; incluso había alguno que lo hacía antes de experimentarlo.

  Pero, por fin, le tocó el turno a X, aquel al que yo le pinchara con la pluma en el cuello. Don Eugenio le hizo la misma advertencia que a los demás; pero vaya usted a saber por qué, el caso es que el chico no tiró de la mano. Extrañado el maestro se volvió hacia él y vio que estaba llorando. En el dorso de la mano se veían unas ampollas. Le soltó la muñeca, y entonces, X salió corriendo de la escuela.

  Al cabo de unos minutos, apareció de nuevo con su abuela de la mano. ésta venía a pedirle explicaciones al maestro. A don Eugenio no se le ocurrió mejor idea que demostrarle a la señora lo sucedido realizando con ella el mismo experimento.

  La espectación entre todos los alumnos era increíble: no se oía ni una mosca.

  Era curioso ver a la tía R de pie al lado del maestro, sentado en su silla, con la muñeca de ésta sujeta por su mano izquierda, mientras con la otra empuñaba el arma secreta. El grito de la tía R resonó por toda la escuela. No pudimos aguantar la carcajada.

  Aunque todavía faltaba bastante tiempo para salir, la tía R se llevó a su nieto. Los demás a comentar y reír por lo bajito.

 

 

 

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