miércoles, 18 de noviembre de 2009

La yunta desertora

  ¡Vaya dos meses los de julio y agosto! ¡Cuántos trabajos siempre pendientes del cielo! En ellos nunca sobraban brazos ni animales de tiro. Primero segar a mano (en mi infancia prácticamente nadie utilizaba máquinas en el pueblo), después recoger las gavillas y formar con ellas fajos atados con vencejos y empleando para ello de manera habilidosísima el garrotillo, amontonarlos, acarrearlos a las eras (había dos), extender la parva, trillar, recoger lo trillado en un montón, aventar para separar el grano de la paja, cribar, meter la paja y el grano en casa y... respirar tranquilos y satisfechos si el tiempo se había portado bien y la cosecha también.

  Estoy viendo ahora mismo el pueblo casi vacío, sólo quedan en él las mujeres para dejar medio lista la comida, niños muy pequeños y enfermos, odos los demás están en las eras. En ellas, cada vecino tiene su sitio claramente definido como si fuera de su propiedad. Allí se alzan las imponentes hacinas de diferentes cereales y extendida la parva para ser trillada.

  Veo 'en este instante las dos yuntas de vacas y a la Chata, la yegua prestas a comenzar a girar en ella arrastrando sus correspondientes trillos. Mi padre monta en el de la Chata, mi hermano mayor en el de una de las yuntas y yo, sentado, porque soy muy pequeño y me resulta difícil mantenerme de pie en él mientras da vueltas, en el otro. Llevo en mi mano la aguijada y animo a las vacas  para que sepan que va alguien con ellas. Sólo me pongo de pie cuando la yunta se detiene porque una de ellas va a comenzar a hacer sus necesidades y yo debo recogerlas en un caldero antes de que caigan a la parva. Es curioso observar el contraste entre el paso cansino de las vacas y la continua carrera de la yegua. ¡Cómo me gustaría ir en ese trillo! Se lo digo a mi padre, que me contesta: "Cuando venga la madre".

  Cuando llega ella, antes de sacar de la parva mi padre a la Chata, le pide a mi madre que me coja el trillo y subo con él. ¡Casi le rompo los pantalones de lo fuerte que me agarro! Después, vuelvo a mi trillo y ellos cogen los dos las horcas para dar vuelta a la parva, mientras nosotros seguimos en el trillo girando y girando, y avisándoles cuando vamos a pasar para que se aparten. Así todo el día, aunque, de vez en cuando, nos sustituyen para que descansemos.

  A mediodía descanso y comida para personas y animales. Por la tarde, seguir dando vueltas hasta desmenuzar suficientemente cañas y espigas y, una vez amontonadas, barrer la era y dejarla preparada para el día siguiente.

  Pero en ese primer día de trilla, una de las vacas de la yunta, se conoce que se hartó de girar y girar, y optó por tumbarse. No tuve más remedio que echar mano de la aguijada. Al sentir el pinchazo, se levantó inmediatamente y siguió su tarea. No obstante, pude comprobar que no estaba muy conforme con ella, pues al cabo de un rato, no sé si convenció a la otra vaca, el asunto es que como si se hubieran puesto de acuerdo, abandonaron corriendo la parva arrastrando el trillo y a mí en él. Yo, incapaz de ponerme de pie les gritaba entrecortadamente a causa de los saltitos que daba el trillo: "¡So-o-o-o-o-o¡, ¡so-o-o-o-o-o¡" Pero, ni caso. Mi padre había salido disparado de tras de nosotros.; sin embargo, como la cosa se daba con cierta frecuencia, un vecino ( no hay manera de recordar quién fue) interceptó a la yunta desertora.

  Me bajé del trillo,. Mi padre por delante y yo arreándola por detrás, la reintegramos a la parva sin ninguna penalización.

  ¿Qué vacas componían la yunta? No logro acordarme si era la Chaparra de jovencita con la Mohína... Las disculpo sinceramente, y Es que aquello era un tormento , de verdad. Supongo que, cuando acabada su fatigosa jornada laboral todos los del pueblo las llevábamos a Cañalospozos a ramonear un poco y refrescarse en las aguas del pantano de La cuerda del Pozo, se contarían las aventuras del día y se destetarían de risa.

 

 

 

 

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