lunes, 16 de noviembre de 2009

Trabajador por cuenta ajena

  Desde los 6 y hasta casi los 9 años, fui, esporádicamente, trabajador por cuenta ajena a cambio de la comida y algunas pesetas (nunca supe cuántas).

  Aparte de vaquero, tal como ya se me coló por esta hornilla de recuerdos, hice de recolector de patatas para P. La pieza estaba a las afueras del pueblo. Primero, con el arado tirado por una yunta de vacas, se abrieron los surcos; después, fuimos llenando P y yo cestos que vaciábamos en sacos hasta llenarlos, cerrarlos y cargarlos en el carro. Y por fin, a su casa a descargarlos.

  Dos recuerdos aparecen nítidamente en mi memoria: uno es que P, para estimularme, decía: "Si llenas el cesto antes que yo, te invito el domingo a lo que quieras en la cantina". Yo me ponía a coger patatas como loco; pero, lógicamente, nunca ganaba. El otro es que cuando pasó por allí alguien de mi familia, lo saludé con profesionalidad, vamos, como si fuera uno más del pueblo.

  También fui a coger patatas con J, que sería, en definitiva, para quien más trabajé. Por ejemplo, más de una vez a cargar y acarrear la hierva. Me acuerdo, concretamente, en una ocasión en un pueblo vecino, donde una señora manca me asombró porque con qué agilidad y fuerza le ayudó a cargarlo, mientras mi tarea consistió en ese momento en ponerme delante de las vacas e impedir que se movieran.

  Asimismo, me tocó ayudarle a acarrear los haces a la era y a trillar (que por cierto, cuando me cogía el trillo, porque yo se lo pedía o él as'í lo decidía) solía escaquearme todo lo que podía y más.Qué risas me eché cuando, por un descuido mío, no le avisé al pasar con la yunta por donde él estaba dando vuelta a la parva, y una de las vacas se le llevó en su cuerno izquierdo y colgando de él, la gorra. Sólo faltó que se hubieran echado a reír también las vacas. Supongo que lo harían todas aquella tarde-noche en Cañalospozos.

  Otro día me cayó en suerte ir con él andando al pueblo vecino, distante seis kilómetros, para llevar a vender una vaca y su ternerillo. Regresamos en tren. Me dijo: "Cuando pase el revisor, dile, si te pregunta, que tienes seis años". Eso era, claro, para ahorrarse mi billete.

  Trabajé un año para A y B, dos hermanos. Y como no podía ser de otra manera, como peón de trilla. Un par de acontecimientos se me quedaron grabados: El primero es que ya estaba hasta las narices de dar vueltas a la parva cuando se me ocurrió la brillante idea de decirle al más inocente de los dos hermanos: "Anda, cógeme el trillo que tengo que ir a hacer de cuerpo" (también se decía a hacer de vientre o a tirar los pantalones, y en la escuela a hacer una necesidad). Aquella faena duró mucho rato, incluso me llamaron a voces, a las que, por supuesto, no contesté hasta que no me salió de ahí: era una especie de pequeña huelga. El segundo tuvo lugar cuando en uno de los breves descansos que me permitían, agarré una de las carretillas que tenían (de fabricación casera con ruedas muy anchas de madera y un tanto irregulares) y me fui con ella hasta el borde de un barranco que por allí había. En una de las maniobras, la pesada carretilla se me fue adentro. Conseguí, con Dios y ayuda, llevarla hasta el escalón de medio metro, más o menos, que conducía a la salida, y que era terreno inclinado de hierva seca y resbaladiza. Con mis menguadas fuerzas, intenté alzar la rueda hasta dicho terreno. Cuando lo conseguí, corrí hasta los mangos de la carretilla; pero en ese mínimo espacio de tiempo, la rueda resbaló, y... otra vez adentro. Así estuve, ¡yo qué sé cuánto tiempo! Lloré de impotencia. Por fin, apareció A que me andaba buscando. ¡Con qué facilidad la sacó! Era tan buena persona, que ni me riñó.

  Por último (y digo bien) porque fue mi último trabajo por cuenta ajena durante mi infancia, fue, no podía ser otro, trillar un día para M. Debía ser uno de los que más tierras tenía, ya que era el último en acabar de trillar.

  En aquella época, la solidaridad entre la gente del pueblo era el pan de cada día. Si amenazaba lluvia y algunos ya habían acabado de trillar aquella jornada, por ejemplo, metían sus trillos con las yuntas respectivas para que no les pillara a los rezagados. Por eso de la colaboración desinteresada, a M le habían prestado yuntas y trillos gente del pueblo para que terminara lo antes posible. Hablaron con mis padres para que condujera yo una de las yuntas. Cuando me lo dijo mi madre, torcí el morro, pues era consciente de que me esperaba un día duro: no me cogerían el trillo ni por recomendación del Espíritu Santo. Yo no formaba parte de la solidaridad, era un trabajador por cuenta ajena.

 

 

 

 

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