jueves, 28 de enero de 2010

Golpes, impresiones y berrinche

  Pues sí, querida hermana E. apenas acabada la escuela tuviste que marchar de casa, así como F a fin de labraros un futuro. Para mí la lejanía, en lugar de debilitar mi afecto y cariño, lo fortaleció. ¡Con qué ilusión esperaba que vinierais a casa a pasar algunos días de las navidades o del verano, generalmente los de la fiesta! Por cierto que no tengo muy clara la imagen, pero sí el recuerdo de que no me gustó nada el vestido ni el cinturón que estrenaste en una de las fiestas de la Virgen de Agosto. Aunque no sé por qué, pero me da la sensación de que durante esas mismas fiestas no llevabas las gafas; y para mí estabas más guapa con ellas que sin ellas; por tanto, quizá el conjunto me dejó grabada esa impresión.

  Sí, de impresión fue la caída provocada por X al empujarte -me parece- cuando estabas dudando si saltar o no desde el camarote del pajar de su casa, tal como solíamos hacer cuando triscábamos la paja. Supongo que habría muy poca, porque al apoyar las manos para evitar el golpe, se te dislocaron las muñecas. Lo pasaste muy mal, y sobre todo cuando ibas a casa del tío Luciano a que te las sobara.: tenía fama de ser un -digamos- buen quiromasajista.

  Y de impresión fue también el golpe que te di con el filo de la azada en la cabeza. Recuerdo perfectamente que fue en el camino de San Andrés, un poquito más adelante de la ermita y en el lado izquierdo según se va hacia la carretera. Tú te agachaste a coger, no sé si unas florecillas o unos frutos un instante antes de que yo las fuera a arrancar con la azada. La brecha fue considerable. Yo no me atrevía a volver a casa.

  No sé si la madre me atizó o no; pero sí lo hizo, algún año después, con un par de buenas bofetadas cuando te rompí las gafas, creo que al intentar darte yo, a mi vez, una a ti, ¡vaya usted a saber por qué!

  Como una bofetada te sentó (y a mí también, cuando X, el mismo que te empujó, te engañó de malas maneras. Yo lo veía venir, pero..., El caso es que un poco después de "la corta" cogimos de la leñera de delante de casa una rama adecuada al jueguecito, y mientras uno se ponía de pie sobre la parte menuda, el otro tiraba del tronco cual animal, transportándolo alrededor de la leñera. El acuerdo era que primero lo llevarías tú y después él: yo era un mero espectador. Una vez acabada la vuelta, saltó de la rama, y diciendo no sé qué, se largó dejándote con las ganas.

  Como con las ganas nos quedamos de que colgara de la viga del portal la jaula en la que trajiste una golondrina coreana que te habían regalado. Abriste la portezuela -no recuerdo para qué-, pero el hecho fue que el pajarito voló, voló y voló, al igual que aquella otra (esta vez española) y a la que, después de sus recientes vacaciones invernales, le pegué una pedrada mientras cantaba alegremente bajo el alero de la casa de don Luis y que puso alas en polvorosa cuando la íbamos a introducir en su prisión.

  ¿No me digas que te acuerdas del tremendo e injustificado berrinche que agarré cuando para hacernos una foto del "carné de familia numerosa" te pusiste un jersey mío que me habían comprado hacía unos días? A mí me da mucha vergüenza recordarlo: ¡vaya chiquillada plena de egoísmo! No había manera de que me entrara en la sesera, por mucho que se esforzara la madre, que sólo te lo pondrías para la foto y que por eso no iba a dejar de ser mío. La verdad, es difícil comprender qué pasa por nuestra imaginación cuando nos empecinamos tan cerrilmente en cosas como éstas.

  Y cosas como los juegos son las que ahora llaman a la puerta de mi memoria. Te veo saltar habilidosamente a la cuerda con tus compañeras de la escuela cantando y contando. Los chicos aprovechábamos ese juego para verles las bragas a las chicas. También te veo, justo ahora mismito, saltar a la pata coja desplazando el tejo por los cuadros dibujados delante de vuestra escuela, así como jugando a las tabas. ¡Qué destreza y habilidad desplegabais en todos ellos!

  Hablando de bragas, me viene a la memoria una imagen: poyo situado a la izquierda de la puerta del ayuntamiento, cuatro o cinco chicas sentadas y en frente unos cuantos chicos mirando. Uno de ellos exclama: "¡Te veo las bragas, te veo las bragas¡" A lo que, primero una y luego casi a coro, todas contestando: "Verás el telón, pero no la función; verás el telón, pero no la función".

  Y la función sigue, porque todavía me quedan fotos por mostrar y que un tanto descoloridas se hallan bien guardadas en el incompleto álbum de mis recuerdos.

 

 

 

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