viernes, 4 de marzo de 2011

Teresita

  Teresita

 

  Nunca ha sido una cualidad mía la constancia, más bien me he caracterizado, en general, por ser un fiel seguidor de la "arrancada de caballo y parada de burro". No iba a ser menos con vosotros, "rescolditos" que, afortunadamente, continuáis aquí, escondidos y siempre dispuestos a revivir al menor soplo de viento. Y eso es lo que ha acontecido.

  Antes de ayer, Teresita, uno de mis hermanos me informó de que mientras cruzabas una calle con tu inseparable bolsa con fruta recién comprada, un camión te llevó, en volandas y en un abrir y cerrar de ojos, al Pacífico (dicen que a tus 70 años). Inmediatamente, una chispita saltó, y más que picar, entibió e iluminó alguna que otra neurona de mi memoria, retrotrayéndome a mis ¿5, 6...? años de mi infancia.

  Os veo a ti y a tu madre (la tía Angelita que, por cierto, siempre me pareció vieja cual si en lugar de tu madre fuera tu abuela) vestidas de luto por la muerte del tío Juan, tu padre, sentadas en unas sillitas bajas delante de vuestra casa o de la situada y deshabitada a la derecha de ella, a fin de, según época y tiempo, gozar o protegerse del sol, cosiendo, tejiendo o bordando con esos bastidores que, vaya usted a saber por qué, tanto me atraían. Pero mucho más me atraías tú: siempre muy blanca,, contrastando con el luto y con tus ojazos negros, espléndidamente joven, guapa, muy guapa -eso consideraba mi mente infantil. Esa misma mente que, unos años más tarde, trasmitió a mi alma sentimientos de rechazo al saber que tenías novio y que ibas a casarte. no podía imaginarte, especie de virgen vestida de negro, convertida en mujer y madre, como tantas y tantas.

  Por cierto; también recuerdo el día en que enterraron a tu padre. Supongo que sería un día de otoño, pues la meteorología lo despedía con un cielo gris, frío y capitas de hielo: un día desangelado y triste, típico de esa época del año. Sobre una mesa, y en el portal, estaba la caja. ¿Y vosotras? No os vi; supongo que en la cocina con familiares y mujeres del pueblo.

  Recordarás que este verano nos encontramos en la capital y que avivaste los rescolditos de esos tiempos y de aquel decisivo acontecimiento que dio una vuelta total de tuerca a mi vida. Mientras hablabas, rememoraba yo también, pero reflexionando y exclamando en silencio a la vez: ¡¡Vaya! ¡Lo que ha sido de esa virgen negra! ¡Cómo erosiona, trasforma y nos devora el paso del tiempo!

  Cuando nos encontremos la próxima vez, quiero verte como en mi infancia. Recuérdalo.

 

 

 
 
 

No hay comentarios: