sábado, 19 de marzo de 2011

Con los Ojos Tapados

  Con los Ojos Tapados

 

  Ya he dicho alguna que otra vez en estos humildes rescolditos míos que en absoluto hacía ascos a ir y jugar con los chicos de mi edad, pero que tenía una marcada inclinación a tratar de integrarme en los grupitos de los más mayores que, seguramente en más de una ocasión, me lo permitieron debido a que entre ellos figuraba mi hermano F.

  También he hablado del Camino de San Andrés, así denominado por la ermita erigida, y actualmente en ruinas, en honor de este santo. pues bien, por él, justamente casi en la confluencia con el Camino de la Carretera, íbamos (ignoro el destino ni a qué) un grupo no más allá de media docena de chicos, entre los que no se hallaba mi hermano, y siendo yo el molesto pequeñajo de siempre. Nunca supe si fue por desprenderse de mí, si fue por burlarse de mi inocencia o porque perversos pensamientos cruzaron por la mente de uno de ellos, el caso es que, concretamente X, dijo:

  -¡Eh¡, vamos a jugar al "palito dorao".

  Nos reunimos todos en torno a él, mientras yo protestaba rápida e inocentemente:

  -Si yo no sééé.

  -No te preocupes que es muy fácil -repuso el instigador-. Todos nosotros nos situaremos a tu alrededor a una prudencial distancia, uno te vendará los ojos con tu propio jersey, otro te entregará un palo que habrás de empuñar fuertemente por uno de los extremos y, tras girar tres veces sobre ti mismo, te quitas la venda y al primero que consigas tocar con el palo, la paga sustituyéndote a ti.

  -Vale -acepté.

  El propio X me vendó los ojos, asegurándose de que no veía ni la luz. Sin decir palabra, se alejó procurando hacer el menor ruido posible. Transcurridos unos segundos, probablemente él mismo se aproximó por detrás y me ofreció el palo.

  Lo empuñé con fuerza, tal como se me había pedido, y me quedé paralizado... ¿qué es esto tan blando? ¡Mierdaaaaa!

  Con la mano izquierda me despojé rápidamente de la venda, lancé lejos el palo y me miré la mano derecha. Efectivamente, era mierda, mierda de vaca. Mientras los veía alejarse a la carrera y riéndose, a mí  cara subía una oleada de calor de vergüenza, de impotencia y de rabia que, además, arrastraba hacia mis ojos un torrente de lágrimas que, a duras penas, podía retener. Y es que si a uno lo ridiculizan, y encima con el valor añadido de algo tan abominable como las heces, la horrible sensación se agudiza hasta reducir tu mente a un único punto de odio desmandado. No es lo mismo que te empujen y te tiren a una charca de agua que de mierda.

  Al tiempo que restregaba la mano en las hierbas que bordeaban el camino, imaginaba mil y una venganzas, sobre todo contra aquel que consideraba verdadero artífice de tal humillación. Por eso, cuando el turno le llegó a él, tuve la oportunidad de alegrarme, regocijarme y reírme cosa fina, sí señor, y sin que yo fuera protagonista, tan sólo mero espectador.

  Aconteció la cosa en el Camino de Abajo en la pared de un casillo que junto a su casa tenían el tío Casimiro y la tía Juana. Allí estábamos bastantes chicos de la escuela, ¡vaya usted a saber por qué y para qué! Supongo que acabaríamos de salir de clase (era por la tarde) y ésta se encontraba situada a pocos metros de tal lugar.

  Por lo visto, X presumía de tener buen tino con el tiragomas, lanzando piedras con la mano (tanto a sobaquillo como a machote) jugando a la tanguilla, a las gállaras..., incluso a ser capaz (con los ojos cerrados) de introducir la llave en su cerradura.

  -Vamos a comprobarlo -dijo Z.

  -¿Qué te juegas? -preguntó X.

  -Ni un real -repuso Z-. Tú presumes de eso, pues demuéstralo. Y fíjate, te doy una ventaja; en lugar de una cerradura, a ver si metes el dedo en este agujero. Y señaló uno que había en la pared a la altura, más o menos, de su pecho.

  -¿A cuánta distancia he de situarme? Preguntó X.

  Z deslizó una mirada interrogadora al círculo de mudos asistentes, algunos de los cuales propusieron:

  -A tres pasos.

  -¡Venga! -aceptó X.

  Nunca supe, tampoco, si se trataba de un ajuste de cuentas, si fue por darle una lección o simplemente por perversidad; pero el hecho es que, tras tomar una y otra vez la medida de la altura a la que se hallaba el agujero y el punto al que correspondía en su pecho, X retrocedió tres pasos, le taparon los ojos, extendió su brazo, cerró el puño y desplegó su dedo índice.

  Nadie dijo ni mu, pero sí contuvimos la risa cuando vimos a Z situarse en la pared con la boca abierta a la altura del agujero y buscar el dedo que avanzaba lentamente hacia ella.

  El grito de X fue de órdago a la grande cuando sintió el inesperado y fuerte "muerdo" en el dedo.

  Z salió de najas, mientras los demás reíamos a mandíbula batiente.

  X se miró el dedo en el que se veía nítida la marca de la dentellada, se sopló en él, y con lágrimas a punto de brotar, se dio la media vuelta y se marchó a su casa con el dedo entre los labios, chupándoselo.

 

           

 
 

1 comentario:

Spock dijo...

Jajajaja, es que lo que se siembra se suele recoger.... aunque aquí la mierda se convierte en dolor físico.

¡Un abrazo!