martes, 22 de marzo de 2011

Carta-Mensaje a la Antigua Usanza con Nuevos Instrumentos

 

 

 

  Carta-Mensaje a la Vieja Usanza con Nuevos Instrumentos

 

  Queridos padres: Deseo que al recibo de ésta-éste os encontréis bien, yo, bien, gracias a Dios.

  Si os llega esta carta, mensaje o e-mail -supongo que sí, pues he rellenado correctamente los campos propios del correo electrónico que, por cierto, va mejor y más rápido que el tradicional- podréis comprobar que lo he iniciado tal como lo hacía allá por mis 11, 12 o 13 años desde el colegio de Pontevedra cuando os escribía las cartas, y es que hoy me ha dado, una vez más, por sentarme al amor de estos rescolditos de mi infancia y adolescencia. ¡Ah!, los campos rellenados son éstos:

Para: misqueridospadres@lagloria.org

CC: misqueridoshermanos@latierra.es            

CCO: laprocesiondivina@cielo.net

Asunto: Rescolditos de mi Infancia y adolescencia

 

  ¿Qué tal os va por ahí? Seguro que en la gloria. ¿Os dejan estar juntos y revueltos? ¿Habéis encontrado a gente del pueblo y a vuestros seres queridos? ¿Hay mucha gente por allá? ¿Os dan bien de comer? A ciencia cierta que en el espíritu de la golosina no os quedaréis, y menos El padre, que con lo goloso que era se debe estar poniendo de tocinitos de cielo que no veas. ¿Habéis probado ya los huesos de santo? Lo que no os dejarán ni probar son las manzanas y quizá tampoco los plátanos, ¿no? ¿Por dónde salís a pasear? ¿Estudiáis o trabajáis? Pero, ¿Qué digo? ¡Si en el paraíso no se da ni golpe y además lo debéis saber casi todo! ¿Os dejan echar algunas partiditas al guiñote?, o está prohibido jugar...

  Por aquí, todo sigue poco más o menos como siempre. Eso os decía en aquellas antiguas cartas y eso os digo también ahora, como si ese "siempre" lo conocierais de toda la vida y no sucedieran cosas; pero, ¡vaya que sí pasaban y pasan! Probablemente las estéis viendo ahora mismito, aunque, según se asegura por este lado de la realidad o de los sueños, no podéis hacer nada para modificarlas, ni para bien ni para mal.

  ¡Venga, va! Asomaos a la ventana de mi memoria un ratito y compartamos unas escenitas de aquellos años de mi infancia que, así, a distancia, a bastante distancia, no los veo especialmente tristes a pesar de ciertas carencias y duros momentos.

  Somos todos conscientes de que nunca nos hemos caracterizado por ser una familia que hiciera muchas concesiones a aparentes muestras de cariño y afecto; sin embargo, que nos queríamos y queremos yo siempre, siempre lo he percibido y experimentado, ¡y de qué manera¡. ¿Os acordáis cuando estábamos la madre y yo en la clínica, en Madrid, y viniste tú, padre? Dos o tres días pasaste con nosotros, e incluso, medio subreptivamente, una noche en la habitación. Cuando te volviste para el pueblo,  no recuerdo haber llorado nunca con tal desconsuelo agarrado a ti: aquella separación (de ti, padre, de mis hermanos) era una especie de entrenamiento para la que vendría después a causa de mis largos internados con nuestros cortos encuentros, así los considerábamos, propiciados por algunos de mis períodos vacacionales. En uno de ellos, fui un día contigo, padre, a la cantina de la Irene y el Juan, ¿te acuerdas? Mientras sentado en el banco que había apoyado contra la pared tomábamos algo, tú pusiste el

brazo sobre mi hombro y comenzaste a acariciarme la cara con el dorso de tu mano. ¡Qué emoción! Me sentí el niño más querido del mundo. Me daban ganas de llorar.

  Nunca os lo dije, pero otro día de verano, ignoro si fue el mismo año, habíais ido a segar una pieza próxima a la carretera. A fin de terminarla, se os hizo prácticamente de noche. Yo estaba con vosotros y, de repente, se me ocurrió, sin advertiros, la idea de irme para casa: supongo que ya estaba cansado de estar allí. Salí a la carretera y orilla adelante me fui para casa. Recuerdo que me encontré con la "Carala" que regresaba en el carro tirado por un sempiterno caballo a su pueblo, después de haber vendido algo en el nuestro. Debía ser ya noche casi cerrada y sin estrellas, puesto que me saludó, le contesté y no me conoció. Cuando ya estaba llegando a los primeros edificios y, en consecuencia, a casa, os oí detrás de mí, a cosa de 20 metros. El padre te venía diciendo a ti, madre algo parecido a: Como el chico no esté en casa, se va a armar una buena.

  Sí, era auténticamente noche cerrada, ya que no me veíais a pesar de la poca distancia y en línea recta que nos separaba. Yo me callé como un puta, no porque me regocijara en lo mal que lo estabais pasando, sino por sentirme muy, pero que muy  querido.

  Apreté el paso y llegué a casa unos instantes antes que vosotros, simulando que ya llevaba un ratito, y seguí sin deciros nada, hasta hoy. ¿Os acordáis ahora de ese día y este hecho?

  ¡Ay, padres! No quiero despedirme sin deciros que no tengo nada que reprocharos, que sé que os comportasteis conmigo como mejor supisteis, que me he sentido estimado y que os he querido a pesar de cabreos momentáneos, que hasta en las mejores familias se dan, incluida la Sagrada Familia, que espero esté con vosotros. ¡Ahí nos volveremos a ver!

  Y sin más que deciros, recibid un fuerte abrazo de vuestro hijo que mucho os quiere,

  Carlos

 

 

 
 

No hay comentarios: